La creación del primer gobierno autónomo de las Provincias Unidas en 1810, una vez desatada la crisis del imperio Español, abrió el camino hacia la independencia. La autonomía política, resultante del vacío de poder tras la ocupación de España por Napoleón Bonaparte en 1808, dio lugar a profundas transformaciones políticas, económicas y culturales sobre la base de una soberanía popular que se enunciaba, entre las ideas revolucionarias de las últimas décadas del siglo XVIII, como un principio de legitimidad novedoso y alternativo frente al derecho divino de los reyes. En este proceso se crearon las primeras Juntas de Gobierno en Venezuela, Nueva Granada, el Río de La Plata y Chile. Pocos años antes, la Revolución haitiana había inaugurado el ciclo revolucionario en la región, barriendo no sólo con la dominación colonial francesa, sino también con la institución de la esclavitud.
La Revolución de Mayo se puso en marcha sin que ello significara aún, para las elites porteñas que la promovieron, una ruptura clara con la monarquía hispánica. Solo tras décadas de largas y sostenidas luchas, con victorias, derrotas, marchas y contramarchas, fue posible comenzar a imaginar un proyecto nacional, desde miradas diversas, no exentas de conflictos.
El proceso revolucionario, impulsado tras la creación de la Primera Junta de Gobierno Provisional en el Río de La Plata en mayo de 1810, no sólo recuperaba la experiencia de las milicias en la defensa de Buenos Aires frente a las invasiones inglesas de 1806 y 1807, sino también las tradiciones milenarias de los pueblos indígenas que, en las rebeliones de 1780-1781 inspiraron el más poderoso movimiento anticolonial de la historia hispanoamericana previa a la Independencia. El legado de líderes como Tupac Amaru, Micaela Bastidas, Tupac Katari y Bartolina Sisa, estaba presente en el espíritu de revolucionarios como Juan José Castelli, Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Bernardo de Monteagudo, José de San Martín, Juana Azurduy, entre otros y otras, más o menos anónimos, que expresaron el anhelo de construir un nuevo orden social sobre la base del respeto a los Pueblos Originarios y la eliminación de las formas de esclavitud y servidumbre propias de la sociedad colonial. Estos principios, expresados en la famosa proclama de la Asamblea del año XIII, al final del siglo fueron brutalmente invertidos por quienes finalmente conservaron el poder tras la consolidación del Estado argentino.
La participación de las mujeres en este proceso se ha redescubierto en las últimas décadas, a partir de miradas renovadas sobre la historia, aunque el proyecto de nación independiente que empezó a delinearse durante este período estuvo lejos de reconocer su condición de semejantes. Lo mismo debe decirse de las y los afrodescendientes, como ilustra el destino de la liberta María Remedios del Valle, nombrada capitana del Ejército del Norte por Manuel Belgrano y convertida en mendiga en las calles de Buenos Aires al final de sus días. También se ha destacado recientemente la participación de los sectores populares, el llamado “bajo pueblo”, en el proceso revolucionario. Se trata de quienes, por su origen étnico y sus ocupaciones, conformaban el segmento más bajo de la jerarquía social propia del régimen de castas del sistema colonial.
El largo camino hacia la construcción de una República compuesta por ciudadanos considerados iguales estuvo signado por la persistencia de opresiones étnicas, de clase, de género, que obstaculizaron el arraigo de derechos efectivamente universales.
Por eso invocamos, en esta fecha, a quienes se atrevieron a soñar con un destino independiente en igualdad. Sus luchas nos recuerdan las deudas internas que arrastramos como países latinoamericanos para la construcción de sociedades verdaderamente libres, sin esclavos ni excluidos. Con el legado de aquellos y aquellas que lucharon por la libertad sin renunciar a la igualdad y la soberanía, hoy reinventamos sus anhelos en nuevos sentidos de comunidad y hermandad.
Ilustraciones: acrílicos sobre tela por Diego Manuel Rodríguez.